Paisaje interior...


La calle parece contorsionarse en pliegues de cemento y la esquina se hace rincón de las soledades que están de paso.
La ciudad se fragmenta y se astilla en mil lágrimas de acero y de concreto, de vidrios cayendo como luciérnagas hirientes, como mariposas filosas, como gorriones de hielo acechando desde las alturas casi anochecidas.
Los adoquines grises y rígidos de tanta indiferencia incrustada martillan mis pasos vacilantes y en esa maraña de soledades y de miedos me arrebujo en mi pequeño y casi cómodo microcosmos creyéndome segura, tratando inútilmente de mantener indemne el ínfimo jardín ya casi desflorado por tanto otoño apresurado.

Hasta que al fin se abren los ojos neutros e impersonales de la noche que rastrean las almas difusas que le den espesura a la oscuridad, amalgamando tristezas para que no se sientan tan solas.

Y por allí deambula mi alma demasiado cansada de llorar ausencias...