En tu laberinto...


Fue el tuyo un constante andar y desandar por los interminables pasillos de laberintos y de misterios; un entrar y un salir de tus propias dimensiones y de tus tiempos sin tiempo, fatigando el dolor en intentos de ahogar mil gritos de angustia y de pasión por los engañosos pasadizos de las emociones y de los misterios del destino.

Apenas pude asomarme de perfil y a través de una breve hendija del tiempo a tu desconcertante salón de los espejos. Te encontré y te desencontré muchas tardes y demasiados años. Algunas veces sólo llegué a entrever tu sombra adherida a los muros grises de tantos senderos y de cada recoveco.

Cada vez que imaginé alcanzarte, otro pasillo se abría. Y luego otro, y otro más...

Hace siglos que perdí tu rastro, pero aquí afuera la vida y la muerte permanecen inmutables. Pronto será de noche y más tarde volverá el sol; algún niño vaciará el vientre de su madre al tiempo que una estrella lejana habrá de morir; el domingo la multitud concurrirá al fútbol y alguien conocerá el amor de su vida mientras las guerras siguen en su apogeo de muerte sin sentido.

Entre tanto yo seguiré transitando otros senderos inconclusos porque hoy creo haber entendido que en realidad nunca pretendiste encontrar una salida. No querías escapar de allí sino que buscabas el centro, el meollo, el tercer ojo de tu propio laberinto. La esencia misma de la conciencia universal.

El principio y el final de todas las cosas y de todos los misterios: El Misterio mismo.

Y estoy segura de que al fin lo has comprendido, porque siempre estuvo dentro tuyo...