Gritos silenciosos...


Cuando el tedio ya se arrastra
desde el sur de los sueños rotos
hacia el norte inmutable
de la fiel desesperanza,
hacia la mohosa cueva
donde suelen refugiarse
las agrias coordenadas
del espanto cotidiano.

Cuando se asustan las luces
por la noche o por la nada.

Cuando se evapora la calle
y las horas son puñales.

Cuando ya no hay rincón
ni hay esquinas ni cavernas
donde quede alguna voz,
una risa a todo grito
o siquiera un llanto amargo.

Cuando el aire adormecido
mata el sol a dentelladas

y el cielo calla,
y el cielo reza,
y el cielo muere
sin saberlo y sin decirlo.

Cuando el mundo ha estallado
entre orgías de dolor
y onanismo de principios.

Cuando veo a cualquier Dios
bendiciendo sin pudor
una daga y un cañón,
un misil y un marine.

Cuando todo se coagula
porque huyeron los abrazos
pues la vida se distrajo
recordando una quimera.

Cuando veo lo que veo,
cuando siento lo que siento,
es mi tiempo de saber
que este día es la partida
y esta hora es la señal
de que he muerto un poco más.



Silencio...



Paso por los silencios como por inacabables campos floridos que me envuelven y me transportan en aromas dulces, tenues y persistentes.

Si en el disfrute del silencio el aire húmedo de las mañanas se parece a la suave caricia del amor; si cuando me abrazo al silencio, hasta el cielo que me cubre me sumerge en su eternidad.
Porque no es el silencio la ausencia de sonidos sino el universo de todos ellos en perfecta armonía; porque no hay idioma más completo ni verso más exquisito y no existe mayor absoluto que el silencio infinito de la mente, del íntimo universo, de la existencia misma...

Porque en silencio está mi alma cuando goza...


Reencuentro...


Como en íntima oración, vengo hasta aquí a traerte estas huellas de hoy. Las mismas de siempre. Aquellas que un día viste partir y las que un día volverán a tus faldas buscando un sueño profundo para otro nuevo despertar esperanzado…

No he venido a robar horizontes ni a subirme a las alas de tus gaviotas furtivas. Vengo a encontrarme con las almas que cobija tu vientre, madre de todos. A recuperar las voces amadas que guardas con celo en una antigua caracola que, como por casualidad, dejas a mis pies.
A devolverte un poco de sal con cada lágrima...


La copa rota...

 

Soy esos recuerdos que he olvidado recordar intentando olvidar aquellos que sin querer había recordado.
Y así se formaron estas lágrimas que ahora sostienen mi piel, las que le dan el húmedo brillo a mis ojos nublados de penas y despedidas.

Y llega la hora, ya llega...

Bajo la mirada y escucho cada ínfima melodía de las risas ausentes.
Agudizo el oído y percibo el remotísimo crepitar de las estrellas perdidas.
Cada lágrima canta sus tristezas en las mejillas temblorosas.
Las paredes se elevan, se ensanchan, se expanden y así la soledad se queda más sola, la tristeza más triste y el alma es una piedra quebrada y molida. Un castillo de arena en el desierto...

Y llega la hora, ya llega...

En cada noche desalunada el espejo reboza de sombras. En su lúgubre superficie las líneas de mi rostro se esfuman como volutas de humo desgajadas por la brisa de un suspiro y las voces que tanto amé se extravían por los recovecos secretos de los papeles apretujados y arrojados a un rincón.

Es que llega la hora, ya llega...

Si apenas puedo sostener la copa entre mis dedos ateridos.
Si cada burbuja que escapa hacia ninguna parte parece la grotesca carcajada de la muerte.
Si cada palabra que se atora en mi garganta tiene el filo de una daga.
Si cada recuerdo es arena en las pupilas.

Es que llega la hora, ya llega...

Y al fin estrello en el piso la copa de mis pesadillas...