Páramo...


Conservo palabras grabadas en el aire, palabras de letras aladas buscando horizontes como pájaros libres y con el canto tenue de una nube pasajera.
Hay miradas que penden con dolor desde las alturas inciertas de cada recoveco del alma y en alguna foto que resiste el tiempo y los olvidos.
Retengo bajo la piel mil gestos, silencios y pasos, pero he perdido para siempre la melodía de tu voz y la tímida frescura de tu risa.
El mundo ahora es un páramo despojado de amores. Un paisaje tan oscuro y lúgubre que tu luz espejada en mil estrellas por momentos me encandila el corazón pero que al fin, en las mañanas, es mi guía, mi destino y mi razón...

Cuando lo turbio nubla la mente, cuando la indolencia araña la piel y el dolor consume las fuerzas; cuando no hay quien escuche mi voz ni sendero que me lleve a la paz. Cuando la oscuridad lo es todo y el miedo me abraza, aún estas allí. Aún estás aquí...

Mi alma es hoy un desbande de negras mariposas, un desmadre de aguas tristes, un incierto espejismo de amores perdidos...

Ausencias...


Duele el peso de las ausencias igual que duele la cruz cuando del Cristo sólo quedan en el madero las mudas cicatrices de los clavos.
Duelen las ausencias vestidas de presencia perpetua, cuando no hay razones ni ilusiones que consuelen ni palabras que las abarquen. Cuando siento que la vida no es más que el triste testimonio de lo que fue, de lo que la muerte se empeña en arrebatarme.

Juro que vi el rostro oscuro y cruel de la muerte. Una noche pasó apurada ante mis ojos anunciando lutos, penas y vacío. La presentí también en las últimas miradas de miedo y de desolación que me negué a entender o aquella tarde en que inútilmente me quedé esperando una última palabra hasta que un garfio helado me arañó la espalda.

Podría decir que ya no le temo pues poco me queda si se ha llevado lo mejor de mí. Sólo le pido no más penas ni dolores nuevos. Que me lleve cuando esté dormida y mientras en sueños abrazo a los ausentes.

En tanto, el corazón se desgaja como flor amarga que sangra en silencio lágrimas de rocío.


Memorias de la bruma...


Como bruma llegaste hasta mi almohada en una bocanada de aire antiguo, deslizándote entre lejanas lágrimas de amor angustiado que ya creía secas y olvidadas.

Regresaste desde algún futuro incierto del pasado, abrazando recuerdos de pasión y de dolor que no sé si fueron algún día o son todavía.

Palpé a ciegas aquel amor en la oscuridad de mi silencio, te saboreó mi cuerpo dolido y te abracé entre las piernas en un estéril intento por evitar que escaparas otra vez de mis poros abiertos y de la tibieza recobrada de la almohada.
En el centro de mi muro inasible de roca y algodones se abrió el cerrojo de una puerta sin goznes ni llave. Tal vez fuera la puerta del alma, quizá la de un delirio onírico sin otro propósito que reabrir heridas y atizar las cenizas de una pena...

El alma duele en el cuerpo...


Si existiera el tiempo el futuro sería un punto incrustado en un rincón del círculo oscuro de la nada, y si entonces existiera mi futuro sería ese punto, vacío y anodino, en el centro del silencio quejumbroso, en el fondo de un volcán dormido, en el suspiro de un cadáver recién nacido.

El alma duele en el cuerpo y el corazón se cierra en un puño, aterrado, rígido como el miedo al miedo, como aquel punto en el centro de la nada. Se eterniza el martirio del dolor de cada día y de toda hora. Se aposentan el insomnio repetido y las noches vencidas.

Pero qué es un punto sino algo informe con fronteras inciertas o tal vez un mínimo horizonte encerrado en sus silencios. Yo necesito cielos abusivos, de infinitos que precisan de miradas inacabables para huir de este cerco de cemento y de furia, de las noches que oprimen, de los corazones dormidos, de las almas ausentes que queman como lágrimas. Escapar incluso de mí misma pues mis sueños y mis pasos ya no tienen meridianos que alcanzar y a mis ojos los abruman los ayeres...

Y entonces camino por el desfiladero de la desesperanza con la ilusión del pragmático de un lado y la fe de los ateos del otro.


Vibrato...


"Nada está inmóvil. Todo se mueve, todo vibra"

Hermes Trimegisto

Ni tu voz se ha silenciado,
ni quedó a oscuras tu mirada
y hasta tus pasos tan dolidos
se han negado a descansar.

Yo aún te sigo viendo
en el aura de las noches,
en la breve curva de mi letra,
en la triste garúa del otoño. 

Te veo siempre a través de la miríada de espejos ilusorios que cubren el universo y que replican tu imagen hasta en la sal de mis lágrimas sin nacer. Así recuerdo tus sonrisas y tus gestos y reconozco los torbellinos de amores perpetrados, de deseos descarnados y de pasiones ansiadas que girarán por siempre a tu alrededor...

Sé que hoy sigues conmigo
o tal vez quedó adherido
en la piel de mi memoria
algún beso que he perdido
o ese abrazo postergado.



De regreso...


La verdad puede eclipsarse, pero no extinguirse.
Tito Livio (64 aC - 17 dC) Historiador romano.

La verdad existe. Sólo se inventa la mentira. 
Georges Braque (1882 - 1963) Pintor francés.


Llevo adentro, en el centro cristalino de mi alma, la verdad madre. La piedra angular de mi ser que escrupulosamente oculto hasta de mí misma. Tanto quise protegerla de mis propios pensamientos que olvidé el camino de regreso y la llave que abre su candado.

Con su paz inmanente me espera con paciencia, segura del triunfo...

Poco a poco me iré arrancando las máscaras corroídas por las verdades falsas, las mentiras concretas y las dudas certeras. Uno por uno romperé los cínicos espejos que me confunden y me hunden en las ambiguas percepciones de las noches de lunas ausentes.

Siento los pasos cansados y bajo mis pies crujen, como hojas vencidas en otoño, los miedos anquilosados y las pequeñas penurias cotidianas y aunque aún no encuentro el camino, todavía sigo andando...

Un punto...


Es así que todo empezó, como en el vacío de esta hoja en blanco donde mi lápiz sólo se atrevió a ensayar un punto. Es desde un punto en el vacío pavoroso que estalló la vida y se expandió sin tiempo en una suave y curvada línea que al fin retorna, como fiel amante, al tierno descanso del punto final. Y allí se duerme para reparar en un sueño melodioso y azul, las almas maltrechas y las palabras ajadas.

Un punto eterno que estalla incontenible (o que se apaga quedamente en la plenitud del vacío) es todo lo que hay y todo lo que habrá. Lo eterno de la vida y de la muerte, el caos latente de lo que está por ser y no ser.

Es así que todo empezó y todo empezará en un punto.
Un punto perfecto, sin bordes y sin centro. Un círculo casi nulo, continente de la nada y también del todo.
Un punto invisible, inasible e inaccesible, tan pequeño como un infinito y tan inmenso como una lágrima no llorada.

Convergencia de toda la luz y de toda la sombra; de todas las palabras y de todos los silencios.

El nudo eterno; la síntesis esencial; la conciencia unificada...


Presencia...


Una foto tuya sobre mi mesa,
un instante que sobrevive
más allá de todos los recuerdos
y más acá de todos los olvidos.

Después de la lágrima más triste.

Una mirada tan intensa y dulce
sobrevolando besos y amores
que atraviesa los tenues horizontes
de las almas y de los tiempos.

Y tu voz que susurra,
que abarca,
que besa,
que es...


La mano que aprieta...


Esta que me domina es una opresión indefinible; una tristeza inabarcable pero que todo lo abarca; que no está en ningún lugar y está en todas partes; que no se puede identificar ni valorar, sopesar, mensurar o palpar. Es un peso inasible, una mano agarrotada que aprieta implacable y que obliga a mi cuerpo a exhalar hasta la última gota de aire y de esperanza.
Es la nostalgia perpetua del paraíso perdido, de la utopía aniquilada, del amor universal como quimera patentizada. Es el dolor del alma desgajada por la macabra muerte.
Es la revelación de la felicidad como un mito patético basado en la cruel mentira de la esperanza prefabricada con conceptos vacíos e hipocresías de salón. Tan absoluto es esto que termina siendo en definitiva la demostración de que la tristeza también es una vil mentira. Felicidad y tristeza no son más que la manifestación de la dualidad del alma humana y del universo mismo. El bien y el mal, la luz y la sombra, hombre y mujer, vida y muerte. Una se complementa con la otra, se anulan o mutuamente se potencian haciendo girar la rueda de la vida a su capricho.

Y yo a su merced...


La extranjera...


Aquel día en que las lejanías se arremolinaron alrededor de las memorias y las desmemorias de sus pasados, la alegría estereotipada del sol se había escondido tras las micrométricas gotas de una fina garúa, tupida y melancólica. Fue ese día que ella se sintió impulsada a caminar desierta y ajena por las callejuelas empedradas y llorosas del corazón.

El silencio caía pesado y hueco como la llovizna, esquivando el repiqueteo de sus tacones sobre las duras piedras de blandas redondeces.

Se perdió en la atmósfera húmeda de los pasadizos del dolor adherido al cuerpo. Se dejó llevar por el eco de sus propios pasos que rebotaban como si estuvieran encerrados en la caja del cráneo y que se multiplicaban replicados por las altas paredes de sus miedos.
Quiso escapar, ser extranjera de sí misma como un espíritu descarnado y perderse alguna vez, para encontrarse siempre.



Dulce vampirismo...


¿Qué es el amor sino una tierna usura, un dulce vampirismo o un delicado cepo compartido?
¿Qué es sino este espejo donde te veo y en el que me abrazas?

¿Qué es el amor, amor?

Es la luz que encandila y la sombra que suaviza.
Un horizonte y un laberinto.
La profunda lejanía de este cielo.
La prepotencia de tus olas blancas y el sosiego de mis aguas blandas.

¿Qué es el amor sino tu mano con la mía?

Insomnio...



De pronto la noche se parte en mil astillas de hielo, cristal vencido por la pedrada infame de la inconciencia perturbada.

Desde algún punto oscuro de la lejanía más cercana, un grillo hace absurda la idea de un sueño reparador de los cristales rotos y mientras se expanden sus ácidos chirridos, su presencia se agiganta con desmesura hasta ser un todo, armonizando impíamente la cadencia de su tonada metálica que hiere y destempla con el monótono y minucioso compás del reloj en un extraño y viscoso vals, en una enferma revelación de la quietud ausente. 

La nocturnidad misma se transforma en una melaza densa que oprime y ahoga y que mis ojos, inexorablemente abiertos y arenosos, no consiguen abarcar. No pueden distinguir entre los sueños imposibles y los deseos frustrados porque allí, en las mazmorras de mí misma, el desespero se ensaña martillando las paredes cansadas del cráneo, tensando y agrietando cada fibra del espíritu dolido.

Los párpados vencidos y los ojos rotos.
La mirada de neblina y la noche suicidada...

En gris y melancolía...



Llueve y llueve con la triste cadencia del otoño.
Llueve esta lluvia en gris y melancolía al otro lado del vidrio lloroso y frío. Se desploma hiriente, como palabras gastadas, como sonrisas perdidas.
El agua se desploma ante mis ojos en oleadas verticales, como los sueños recurrentes que se hunden en los ensueños profundos. Se expande irreverente por terrazas y azoteas y sólo quiere hacerse forma, tal vez ya cansada de su blandura de agua blanda que el viento agrio traduce siempre en lágrimas de furia.

La tarde se hace noche temprana y cae la lluvia, caen las luces del patio como luciérnagas sobre los charcos quebrados y son mil destellos tiritados...

Cajita de cristal...


Tengo una cajita de cristal que es mi legado mejor. Guarda para mí todos los pasados que fueron futuro y que un día serán recuerdos por venir. Imágenes y voces. Emociones que van y que vuelven como en una rueda que gira, eterna, entre la vida y la muerte, entre la ausencia y la resurrección. Memorias que allí se quedaron, dejando filamentos de su paso por mi y a través de mí. Guardo también entre sus destellos de ocasión, mis propios momentos ya vividos y algunos retazos de luz y de sombra que se grabaron en esta película refractaria y volátil; en esta pantalla que muestra y que oculta; en este oráculo de implacables verdades y piadosas mentiras.

Tengo una cajita de cristal en la que yo misma me adentro de poco en poco. Fugaces retratos de vanidad perecedera, de felicidad efímera, de tristezas largas y de lágrimas que queman; de pavor profundo...

Tengo una cajita de cristal con un solo cristal, caprichoso y voluble, sobre el que se expanden y se internan las profundidades perpetuas y en el que cohabitan una multitud y todas las soledades en las extensas y difusas dimensiones de un espacio intangible y de un tiempo imaginario.

Tengo una cajita de cristal, sin música de metal ni bailarinas de plástico, donde fluyen en coro las voces amadas y danzan descalzas las almas que esperan sin prisa mi paso final.


Breve historia mágica...


Imagino que la magia es una convicción íntima de lo irreal, una percepción inmanejable de lo inmaterial, una ilusión que se expande sin control en las fronteras mismas de la conciencia y de los sueños. Sin dudas que hubo magia una tarde de aquel verano en la sencilla y algo retraída ciudad de Uberaba, una especie de pueblo grande que sobrevive en la nostalgia de pasados más luminosos y esperanzados que el paso del tiempo deshilachó pacientemente. Un proyecto urbano que bien pudo haber sido garabateado sobre un papel ajado que el frustrado artista terminó arrojando entre los verdes morros del Brasil profundo. Ahora, a la distancia, creo que ahora podría decir que ese rincón mineiro detenido en el tiempo fue mi personal, fantástico y casi real Macondo.

Apenas comenzaba a desperezarse el domingo. El barrio parecía aún adormecido cuando la mañana ya empezaba a hacerse tarde y yo crucé la "varanda" de humilde cemento alisado matizado por febriles y serpenteantes rajaduras finas y breves, mientras que saboreaba en el aire el aroma de los mangos ya maduros que pendían de un árbol cuyas ramas invadían parte del jardín desde la pared vecina. Escalones abajo, lagartijas de todos los colores y tamaños corrían y se entrecruzaban tambaleantes y presurosas de una medianera a la otra, de jardín en jardín. Posiblemente sin saber hacia dónde ir o lo que querían a hacer, tal como yo misma...

El sol caía a pleno y "pesaba" sobre el cuerpo cuando salí a la calle desolada y silenciosa. Caminé lenta y libremente. Sólo contemplaba los pequeños detalles, aquello que en mis apuros cotidianos no había mirado nunca. El descubrirlos me permitó vislumbrar mundos desconocidos, diminutos o simplemente ignorados en la arrogancia de mis prioridades. Intentaba no juzgar ni comparar, sólo contemplar. No quería saber nada de lo que siempre imaginé importante ni pretendía comprender el para qué de las presencias o el por qué de las ausencias.
La calle era un suave tobogán que ayudaba a caminar livianamente. Caminaba descansadamente y en el fácil descenso me sentía acompañada por el parloteo alegre de bandadas de cotorras que entraban y salían en alborotado aleteo de la reserva de selva original hacia donde me dirigía y de la que me separaban unos ochocientos metros apretujados en sólo tres cuadras exageradamente largas y ondulantes. En la subida final del morro y a mi izquierda, un alambrado separaba la casi precaria vereda de la vegetación exhuberante de la reserva natural, testimonio de un profundo sentimiento de culpa de la ciudad por el tajo brutal que le había abierto a la naturaleza. A la sombra de los altísimos y frondosos árboles ubicados en el límite mismo con el espacio urbano, el aire era fresco y estimulante y estaba saturado de múltiples perfumes que se entremezclaban y que parecían irreales e inabarcables.

En ese rectángulo de una docena de hectáreas el universo mismo había desaparecido, oculto por un cielo de compacto follaje que parecía hablarme dulcemente con un murmullo lejano y apenas perceptible, casi como un coro de diminutas voces milenarias. El arco iris arbóreo de infinitos matices de verde y el aire terso y aromado que me envolvía, alimentaban aquellos pensamientos fugaces que viajaban sin rumbo entre los deseos que un día guardé en las profundidades de la memoria para luego quedar estancados en el pasado y aquellos difusos recuerdos del futuro que mi intuición esbozaba con fino pincel en forma de lugares y de rostros que en algún amanecer impreciso me estarían aguardando. Todo ese compacto cúmulo de sensaciones tejía una suerte de piel tersa que me encerraba con ternura en una burbuja sin tiempo y sin fronteras.

Mientras tanto el sendero por el que avanzaba con descuido se iba angostando imperceptiblemente al ritmo lento de mis pasos y se internaba en la espesura cada vez más voluptuosa y densa. La luz esparcía su agonía con resignación,  vencida poco a poco por una sombra fresca e impermeable. Tan cerrado era el follaje que el verde tendía implacablemente hacia una negrura inquietante pero placentera que permitía que las pequeñas flores silvestres que salpicaban los bordes del camino parecieran diminutas lucecitas de colores y que las orquídeas enamoradas de las rústicas cortezas de los árboles simularan fantásticos pájaros dormidos.

En un extraño remolino del tiempo (o de los tiempos) sentí que de alguna manera me transportaba a otras dimensiones de mí misma, de la naturaleza humana y universal. Nunca supe si fue un ascenso vertical hacia las altas profundidades de tanto verde anochecido o si aquella planicie rugosa y vibrantemente viva que me cubría caía sobre mí para aferrarme con sus mil tentáculos de amor sombrío y savia urgente. Tampoco pude dilucidar jamás si estaba con los ojos abiertos o cerrados; si estaba despierta o si yacía dormida; si fue un sueño lúcido o un mágico viaje de un subconciente sediento de nuevas libertades y de horizontes primigenios.
Creo que allí arriba, en la descomunal altura de aquella selva aprisionada entre los fríos alambrados, apareció de improviso alguna hendija que conectó mi pequeñez con aquella dimensión del tiempo que ningún reloj tenía registrado, con un espacio que hasta entonces no se había desplegado o con la nada misma que comunica con el todo. 
Y en ese preciso instante los pájaros callaron, los árboles aquietaron sus brazos madereros y eternos, el sendero borró mis pasos, la hierba sombría y húmeda se olvidó de crecer, las orquídeas disimularon su ostentosa belleza y un silencio espeso abrió su vientre desde las alturas incomprensibles para dejar escapar un pequeñísimo suspiro luminoso, más blanco que el blanco mismo. Era un punto en la negrura que caía zigzagueante, que titilaba y vibraba produciendo una embriaguez que hipnotizaba el corazón. Caía flotando y flotaba cayendo y en su descenso de insinuante sensualidad se dirigía directo a mí como palabra divina, como un angel mundano, como la genuina luz del corazón.
No puedo imaginar cuánto tiempo llevó el descenso de aquella pequeña estrella de apariencia titubeante pero que cargaba con la certeza de su esencia cósmica y única. No intresa el tiempo, como jamás interesó. Bien pudieron ser dos minutos, dos días o dos vidas. Y además ¿cómo podría saberlo yo si no tenía claro si era mi conciencia que evaluaba y consideraba, mi inconciente que recordaba y revivía o si simplemente era el alma que gozaba y se ensanchaba?

Y allá en el fondo estaba yo, tendida boca arriba sobre el ancho tronco vencido, mientras que aquel pedacito de universo se acercaba a mí en descenso arremolinado a veces, tembloroso por momentos e irremediablemente blanco siempre. Parecía un mínimo papel que alguna mano hubiera lanzado al viento, o como si hubiese sido arrojado dentro de una botella que bailoteaba sin control a merced de los caprichos indescifrables del mar.
Al fin una suave ola de brisa tibia la acercó hasta mí y para mi deleite se quedó suspendida un instante mínimo en el aire; tal vez para satisfacer su curiosidad o quizá  para asegurarse de que yo nunca la olvidara. 
Una maravilla de la naturaleza o un milagro inventado para mí. Creo que moriré sin saberlo...
Era una mariposa, pero una mariposa que nunca había visto y que jamás volveré a ver. No hay otra igual ni la habrá. Su forma y su apariencia no eran precisamente lo que yo hubiera podido identificar como natural. No por la perfección a la que la naturaleza me acostumbró, sino por su estricta pero graciosa y delicada forma geométrica. 
Era, pues, un rectángulo blanco, alargado y fino de inmaculada blancura y cuyo blanco perímetro estaba completamente poblado de tenues volados blancos, cual suntuoso y ondulante vestido blanco de bailaora gitana. Era blanca blanquísima, como el amor, como la esencia nívea, como la sal seca de una lágrima y, si en verdad existe Dios, ella habría sido tan blanca como el blanco aura de la clara divinidad. Sería entonces tan blanca como la Gracia de Dios.
Era una danza sensual, un ritual pagano, una premonición oculta. Aquella titilante blancura era un farolito de arrabal recostado contra el negro cielo de una noche cerrada, un cristal pequeño y frágil como la lágrima del desamor. Era en fin el espejo luminoso de las nieves eternas, luz espejada de la eternidad.

Unos segundos después, al ver que se alejaba flotando y danzando en el aire, imaginé que la suya sería una belleza dolorosa, obligada al deslumbre y sin permiso para el más mínimo desliz estético. Una belleza etérea e intangible, necesitada de desaparecer antes de que una mirada deshiciera su hechizo.

Se escondió enseguida en algún rincón frondoso de aquella metáfora de selva brasilera, desapareciendo de mi vista tan mágicamente como había aparecido. Fue entonces que la vida recobró de a poco su ritmo mecánico y altivo. Cantaron los pájaros sus mil variados acordes, otra vez la hierba pujó por borrar el indeseado sendero, las flores silvestres recuperaron la luminosidad de sus multicolores brillantinas y los pájaros dormidos que esconden las orquídeas volvieron a intentar el vuelo.

Y yo aún sigo allí, recostada sobre el viejo tronco tumbado; tumbada sobre mi alma tendida en la hierba, con el corazón más libre...


Sin palabras...


Decir ausencia significa nada para abarcar la vastedad impenetrable de lo eterno; el silencio de lo inevitable; lo que fue alguna vez y que nunca más será.

Parece miserable llamar dolor a lo que lascera por dentro sin sangrar; a lo que deja un vacío de hielo en los huesos o a lo que sólo deja ver una lágrima de plomo quemando las mejillas.

Hasta hiere encontrarme conque nostalgia es tan sólo una palabra, una idea mezquina que jamás alcanzará a abarcar lo que mis abrazos al aire necesitan encontrar; que no sirve para mensurar los infinitos abismos del alma acongojada...

Y ahora comprendo que tristeza es un concepto por demás pobre para tanto desconsuelo esparcido en cada segundo de todos mis minutos; sobre tanta vida desperdiciada, sobre tanta muerte enseñoreada...



Interioridades...



Mi mundo es lejano, leve y brumoso como un paraje interior.
Una burbuja de pequeños silencios que a veces me sofoca y otras veces me libera.
Algunos días luce como un bosque atestado de vida silvestre; algunas noches como desierto saturado de melodías melancólicas y de palabras yertas.

Mi mundo es un extraño carrousel que nace y muere con cada giro de luces y de sombras.
Por momentos puede ser una tempestad de crueles pesadillas, hasta que un rayo de extraña y breve lucidez lo transforma en diminutos sueños esparcidos por aquí y por allá; cercanos o lejanos; separados o mezclados. Confundidos, habitados por ilusiones diezmadas y esplendorosas utopías...

Este mundo mío es un pequeño jardín de invierno; a veces florido, a veces vencido...


El juego del péndulo...


Cuelga mi piel del cielorraso del olvido.
Pende el alma de un cable oxidado.
La vida misma se desvanece lentamente, amarrada a la única aguja de un reloj malherido...

Y así juego el juego del péndulo perverso que se aleja de la vida y que acaricia la muerte.
Llega el oscuro y ya nada tiene sentido, ni siquiera la noche. La almohada es un campo de batalla y mi cuerpo se retuerce por el dolor de mil aguijones ponzoñosos que traspasan las víseras entre el pecho y la espalda.

Hasta que al fin atraviesa la ventana la velada luz de una mañana nacida noche...




Escapando de mí misma...




Cuando duelen los pasados perdidos y los recuerdos olvidados hieren.
Cuando todo es una mezcla viscosa de sentimientos confusos, me retiro en silencio a aquellos rincones que aún guardan algunas tibias hebras de los soles compartidos.

Cuando las lágrimas caen
de una en una,
de pena en pena,
y del río al mar...

Cuando crece la noche
de pared a pared,
de arriba hacia abajo,
y de afuera hasta el alma.

Cuando aquieto la mente,
cuando olvido mi cuerpo
y cuando recuerdo por fin
caricias, ternuras y besos,
exhalo brumas y sombras
en un tibio suspiro de amor.

Armonías...


"Todo es dual, todo tiene su par de opuestos. 
Los semejantes y desemejantes son los mismos; 
los opuestos son idénticos en naturaleza, difiriendo sólo en grado; 
los extremos se tocan; 
todas las verdades son semiverdades;
todas las paradojas pueden reconciliarse."

Hermes Trimegisto

Desde la altura de tus palabras se ahondan mis silencios; desde tus afueras abordas mis adentros; desde la ilusión de tus futuros atemperas mis nostalgias y todos mis pasados.

Así vamos, vagando con las certezas de nuestras incertezas por tus senderos de luz hasta mis cósmicas negruras; cambiando verdades gastadas por fantasías relucientes y la falsa vanidad a este lado del espejo por el sincero y ondulante reflejo de las almas...


El pasado perpetuo (o el tiempo esférico)


 "Lo que fue, será. Lo que ha de ser, ya ha sido.
Y todo ocurre como si la lluvia que cae del cielo
lo hiciese en respuesta a la plegaria del jardín sediento"

Zohar

El futuro es un relámpago que nace y muere casi al instante. El  trueno llega al mismo tiempo, pero se vuelve un eco del pasado que sucede al rayo y su voz grave y quejosa se extiende y se alarga más allá de la muerte del rayo. Es un eco que recuerda el pasado, aunque se vuelve presente y futuro en el mismo instante.

Alguna lejana similitud hay con la percepción del tiempo que solemos tener. Nuestro presente es el resultado del pasado y somos más pasado que presente y futuro (que inevitablemente se encoje) El futuro se alimenta de ambos, de presente y de pasado, hasta que muere siendo pasado. Un pasado que, por otra parte, inevitablemente siempre vuelve, como un eco de nosotros mismos, de nuestras vivencias, experiencias y circunstancias presentes y futuras.
Es que realmente el tiempo es tan sólo una ilusión donde pasado, presente y futuro son uno y nada más que uno. Estamos constantemente en el umbral entre uno y otro. Un umbral que podemos llamar presente, pero que no podemos definir, ni ver ni apreciar porque se esfuma antes siquiera de llegar a pensarlo...

En última instancia, creo que el tiempo es circular. O mejor que eso aún: el tiempo es esférico...
Como si camináramos en línea recta sobre la Tierra hasta completar una vuelta entera. Creeríamos ir en línea recta y siempre hacia adelante. Sin embargo haríamos un recorrido curvo girando siempre sobre el mismo centro y terminaríamos llegando al punto de partida...

Una esfera en la que el pasado no tiene fin y el futuro sí y el presente se puede ubicar en cualquier punto de la esfera porque dentro de la ilusión que es el tiempo, el presente es directamente una quimera...

Cuando sea ausencia...


Cuando ya no esté,
cuando me haya ido,
cuando sea sólo ausencia
recuérdame en tus sueños
y en mis deseos…

Besa mis fantasías
cada mañana
y con cada luna…

Cuando ya no esté,
cuando me haya ido,
cuando sea sólo ausencia
recuerda mis colores
y mi voz
diciéndote al oído
que una vez te quise…

tanto.

Por dentro...


Se esfumaron los sonidos de todas las voces y así, a esta hora, la mía ya parece sin sentido.
Creo que mi alma se fugó esta noche o tal vez se haya ahogado en la viscosa marea de las penas.

Camino por la breve y delgada tangente de este universo imperturbable. Hace frío aquí abajo y como puede, el corazón resiste la escarchada sangre poblada de ausencias.

Salitre que lastima, brumas, fantasmas y la luna que, ya sin luciérnagas, se fue de mí.

Y el miedo que me acecha en cada rincón...


Recurrencias...


Nada cambia en realidad.

Mil encrucijadas
y un horizonte gastado.
La misma piedra en el camino,
la misma flor, el mismo cielo.
La tristeza remanida
en los campos desolados,
dos sencillas alegrías
y un deseo ya olvidado.

Y nada cambia, en realidad.

Un día que sucede a otro,
una ilusión perdida y sola
y el descubrir ya sin asombro
que hay poca cosa con sentido.

Los atardeceres adormecidos
que se escurren en silencio...

y yo atada a una estrella.


Los ciclos de la conciencia...



Tantas veces ya he salido,
tantas más he vuelto a entrar
y hoy soy sólo una partícula
preparándose a viajar
a su próximo futuro.

Soy destello imprescindible
de éste cosmos sin fronteras
pues sin mí nada existe.
Ni conciencia ni infinito
ni el futuro mes de abril.

Soy mujer y he sido hombre,
perro, pan, estrella, hormiga;
un cristal de fina escarcha
en lejanas madrugadas.

Quizás también seré gusano,
árbol, nube o algo más:
un suspiro universal.

Te pariré y me parirás;
serás agua y yo raíz.
Llegaremos juntos siendo uno,
siendo un todo hasta el final.
O tal vez hasta el principio.

Poco a poco...



Van muriendo los días detrás de tí y por delante de mí. No existen las urgencias, sólo tu ausencia y mi perpetua nostalgia.

Los vientos de la muerte se robaron las horas, los años. Pero en el profundo y negro cielo de la noche está tu voz y está tu luz. Y es allí donde tal vez otros mundos sean posibles, con verdades más tiernas y realidades que se puedan inventar. Mundos intangibles que parezcan fantasías, sin dolores y sin olvidos; sin ausencias...

Allí volveremos a ser felices, jugando eternamente en los infinitos hologramas de la infancia, replicados por siempre en la piel intangible del universo. Pero hoy me desgarra la pena...

En el mientras tanto voy viviendo despacio para que me alcances y muero poco a poco para reencontrarte...




Gritos silenciosos...


Cuando el tedio ya se arrastra
desde el sur de los sueños rotos
hacia el norte inmutable
de la fiel desesperanza,
hacia la mohosa cueva
donde suelen refugiarse
las agrias coordenadas
del espanto cotidiano.

Cuando se asustan las luces
por la noche o por la nada.

Cuando se evapora la calle
y las horas son puñales.

Cuando ya no hay rincón
ni hay esquinas ni cavernas
donde quede alguna voz,
una risa a todo grito
o siquiera un llanto amargo.

Cuando el aire adormecido
mata el sol a dentelladas

y el cielo calla,
y el cielo reza,
y el cielo muere
sin saberlo y sin decirlo.

Cuando el mundo ha estallado
entre orgías de dolor
y onanismo de principios.

Cuando veo a cualquier Dios
bendiciendo sin pudor
una daga y un cañón,
un misil y un marine.

Cuando todo se coagula
porque huyeron los abrazos
pues la vida se distrajo
recordando una quimera.

Cuando veo lo que veo,
cuando siento lo que siento,
es mi tiempo de saber
que este día es la partida
y esta hora es la señal
de que he muerto un poco más.



Silencio...



Paso por los silencios como por inacabables campos floridos que me envuelven y me transportan en aromas dulces, tenues y persistentes.

Si en el disfrute del silencio el aire húmedo de las mañanas se parece a la suave caricia del amor; si cuando me abrazo al silencio, hasta el cielo que me cubre me sumerge en su eternidad.
Porque no es el silencio la ausencia de sonidos sino el universo de todos ellos en perfecta armonía; porque no hay idioma más completo ni verso más exquisito y no existe mayor absoluto que el silencio infinito de la mente, del íntimo universo, de la existencia misma...

Porque en silencio está mi alma cuando goza...


Reencuentro...


Como en íntima oración, vengo hasta aquí a traerte estas huellas de hoy. Las mismas de siempre. Aquellas que un día viste partir y las que un día volverán a tus faldas buscando un sueño profundo para otro nuevo despertar esperanzado…

No he venido a robar horizontes ni a subirme a las alas de tus gaviotas furtivas. Vengo a encontrarme con las almas que cobija tu vientre, madre de todos. A recuperar las voces amadas que guardas con celo en una antigua caracola que, como por casualidad, dejas a mis pies.
A devolverte un poco de sal con cada lágrima...


La copa rota...

 

Soy esos recuerdos que he olvidado recordar intentando olvidar aquellos que sin querer había recordado.
Y así se formaron estas lágrimas que ahora sostienen mi piel, las que le dan el húmedo brillo a mis ojos nublados de penas y despedidas.

Y llega la hora, ya llega...

Bajo la mirada y escucho cada ínfima melodía de las risas ausentes.
Agudizo el oído y percibo el remotísimo crepitar de las estrellas perdidas.
Cada lágrima canta sus tristezas en las mejillas temblorosas.
Las paredes se elevan, se ensanchan, se expanden y así la soledad se queda más sola, la tristeza más triste y el alma es una piedra quebrada y molida. Un castillo de arena en el desierto...

Y llega la hora, ya llega...

En cada noche desalunada el espejo reboza de sombras. En su lúgubre superficie las líneas de mi rostro se esfuman como volutas de humo desgajadas por la brisa de un suspiro y las voces que tanto amé se extravían por los recovecos secretos de los papeles apretujados y arrojados a un rincón.

Es que llega la hora, ya llega...

Si apenas puedo sostener la copa entre mis dedos ateridos.
Si cada burbuja que escapa hacia ninguna parte parece la grotesca carcajada de la muerte.
Si cada palabra que se atora en mi garganta tiene el filo de una daga.
Si cada recuerdo es arena en las pupilas.

Es que llega la hora, ya llega...

Y al fin estrello en el piso la copa de mis pesadillas...